Aunque la situación actual todavía obliga, en España, a mantener el distanciamiento social y las medidas de cuarentena y confinamiento de la población, se empiezan a poder adivinar cuales serán las consecuencias de esta crisis sanitaria en el plano psicológico y emocional.
En Wuhan (China), primera ciudad afectada por la COVID-19, empiezan a aparecer los primeros síntomas de diversos trastornos psicológicos asociados a una situación de trauma.
En España, diversos colectivos de profesionales de la Psicología y la Psiquiatría advierten de las secuelas que pueden presentar algunas personas durante o tras superar esta pandemia, especialmente aquellas que han estado más expuestas, como el personal esencial, enfermos o familiares de enfermos.
¿Por qué se produce un trauma?
A lo largo de la vida podemos encontrar situaciones que provocan gran variedad de emociones desagradables (culpa, enfado, tristeza, miedo) y estrés o ansiedad. Muchas de ellas, son lo que llamamos hechos traumáticos, que podrían ser definidos como aquellos sucesos que ocurren, normalmente, de forma abrupta e inesperada (pudiendo ser de duración breve o prolongada) de naturaleza catastrófica o amenazadora.
Ante estas situaciones, la mayoría de las personas se ven sobreexigidas, no pudiendo responder al evento amenazador que (sienten que) pone en riesgo su integridad física o su vida.
Tras vivir estos acontecimientos, la persona comienza a desarrollar una serie de reacciones emocionales y procesos cognitivos para tratar de dar sentido a la experiencia y generar respuestas conductuales (de comportamiento) que permitan superarla. Sin embargo, en ocasiones, cuando la intensidad de la situación en la que un individuo se ha visto involucrado es muy alta y muy dura a nivel emocional, puede generar un gran malestar que no permita procesar adecuadamente esta experiencia y, como consecuencia aparece lo que llamamos trauma.
Hay muchas situaciones que pueden provocar traumas y diversos tipos de trauma.
- Microtrauma: Se origina como consecuencia de actos dañinos muy sutiles pero repetidos, normalmente experimentados en la infancia, en la relación de apego y en el vínculo con las personas cuidadoras. Estos sucesos invisibles pueden llegar a destruir la autoestima, la capacidad para relacionarse con los demás e incluso el autoconcepto y autoimagen de la persona (puesto que se producen en edades tempranas en las que se está desarrollando la personalidad y el «yo») y, también, provocar mucho sufrimiento y algunos trastornos cuando se llega a la edad adulta. Algunos ejemplos de estos actos son: la comparación del menor con hermanos, compañeros u otros infantes; la sobreprotección, la sobreexigencia, la falta de respeto a la intimidad, la ironía y el sarcasmo, el ninguneo… La mayoría de las veces, las personas cuidadoras no se dan cuenta de que están comportándose de esta manera y, menos, del daño que están dejando en los niños y niñas.
- Trauma simple: Es aquel que se desarrolla después de vivir un hecho estresante y amenazante aislado, entre los que se pueden destacar: las catástrofes naturales, accidentes como incendios, golpes con el coche, explosiones, derrumbamientos, naufragios o descarrilamientos o enfermedades como un infarto repentino, muertes violentas, guerras, atentados, agresiones físicas y sexuales, torturas, secuestros, diversas formas de maltrato como el acoso escolar y laboral.
- Trauma complejo: Es el que se produce tras sufrir uno o varios traumas durante un periodo prolongado de tiempo, normalmente en la infancia o adolescencia, aunque también puede ocurrir en la adultez. Es un tipo de trauma que está relacionado con el abuso (de tipo sexual, emocional y/o físico), con la negligencia, maltrato y abandono durante la infancia o con la violencia machista, y que también podemos encontrar en víctimas de secuestro y acoso, esclavitud, explotación laboral, prisioneros de guerra, supervivientes de campos de concentración, desertores (de organizaciones, de sistemas políticos o de culto). Normalmente estas situaciones implican un cautiverio o una situación en la que se produce indefensión aprendida (la incapacidad de encontrar salida a la situación haga lo que haga la persona). Suele generar, además del resto de sintomatología propia del trauma simple que se describe a continuación, importantes sentimientos de terror, inutilidad e impotencia. Este tipo de trauma tiene secuelas tan graves como la alteración de la propia identidad y la aparición de trastornos de personalidad, o trastornos mentales graves como trastornos psicóticos o disociativos.
Si bien la mayoría de la población habrá estado expuesta a situaciones que puedan provocar microtraumas y algunas personas también a sucesos que desencadenen trauma simple o complejo, no todo el mundo desarrolla un trastorno de tipo psicológico. Para entender por qué ocurre esto, debemos comprender qué pasa en el cerebro cuando nos enfrentamos a un hecho traumático.
¿Cómo se instaura un trauma en el cerebro?
Se ha evidenciado que tanto los microtraumas como los traumas simples y complejos provocan alteraciones a nivel cerebral.
En el cerebro humano encontramos dos vías de procesamiento, una algo más rápida que otra.
Ante un estímulo amenazante, lo primero que se activa es un circuito de neuronas que activan las estructuras emocionales. Así en pocos segundos, ante una situación que puede poner en peligro a la persona, se activa esta vía provocando, por ejemplo, miedo y generando las primeras respuestas del organismo al estímulo (normalmente, si lo que se siente es miedo la persona se queda paralizada). Al mismo tiempo, en nuestro cerebro se activa un segundo circuito de neuronas que procesan lo que está ocurriendo a nivel cognitivo (recogiendo información más precisa y completa por otros sentidos como: vista, olfato, tacto, oído…). Este procesamiento tarda algunas milésimas de segundo más, pero permite que la respuesta definitiva (ya sea huir, actuar, relajarse o seguir paralizado, entre otras) se adapte mejor a las circunstancias.
Habitualmente, una vez ocurrido esto, y ya en situación libre de amenaza, se almacena el recuerdo de la situación, incorporando tanto la parte emocional (memoria emocional) como la cognitiva (también llamada memoria «semántica» que incluye los pensamientos, el relato o la historia de lo ocurrido, los detalles que se pueden percibir por los sentidos…).
Cuando la situación es muy estresante, el cerebro deja de poder trabajar de forma eficaz y tanto a la hora de dar una respuesta adaptativa a la situación como, después, al almacenar el recuerdo de la situación hay «errores». Así, se guarda por separado la memoria emocional y la semántica, provocando el trauma.
De esta forma la persona puede recordar emociones (por ejemplo el miedo) pero no saber por qué se activa, provocando gran malestar y sufrimiento, pues se puede reaccionar de forma desproporcionada a determinadas situaciones.
Por ejemplo, alguien que ha vivido la explosión de una bomba, tuvo mucho miedo y generó un trauma, puede asustarse ante golpes fuertes o sonidos estridentes que no suponen ningún riesgo, y reaccionar tratando de huir o de protegerse. Además, esta persona quizá pueda contarte lo que le ocurrió sin ninguna emoción (como si no lo hubiera vivido ella). Esto se debe a que el recuerdo no está integrado. El trabajo de los profesionales de la psicología en estos casos, es tratar de lograr que el recuerdo se integre y deje de interferir en la vida de la persona y, de esta manera, aliviar su sufrimiento.
¿Cuales son los síntomas del trauma?
Tras sufrir un hecho traumático se puede comenzar a experimentar las siguientes reacciones:
- Recuerdos, sueños y pesadillas recurrentes sobre el suceso (o que hacen revivir emociones relacionadas con él) que provocan angustia, cuya aparición no se puede controlar y son vividos como intrusivos de los sucesos traumáticos.
- Reacciones en las que la persona siente o actúa como si se estuviera repitiendo el hecho traumático, disociándose. Estas reacciones se pueden producir de manera continua, y la expresión más extrema es una pérdida completa de conciencia de la realidad y del entorno.
- Malestar psicológico intenso o prolongado. Se pueden presentar episodios de ansiedad y depresión.
- Reacciones fisiológicas intensas: parálisis, agitación, tensión muscular, sudoración…
- Evitación persistente de estímulos asociados a los sucesos traumáticos; o bien de los recuerdos, pensamientos, sentimientos experimentados o, incluso, personas, lugares, objetos, etc. Lo que la persona, en todo caso, trata de evitar es el sufrimiento emocional que estos estímulos le provocan, por ello, pueden desarrollarse trastornos como fobias u otros trastornos de ansiedad o consumo abusivo de alcohol y sustancias (adicciones a sustancias) o ludopatías.
- Habitualmente se presentan también alteraciones del pensamiento y el estado de ánimo: puede existir amnesia sobre lo ocurrido (no debida a una lesión cerebral o al consumo de sustancias), creencias o expectativas que no se ajustan a la realidad ( «estoy en peligro» o «no puedo confiar en nadie»), culpabilización de sí mismo o de otros por lo ocurrido, estados emocionales alterados (por ejemplo, miedo, terror, enfado, culpa o vergüenza), disminución del interés por las cosas o actividades que antes eran deseadas o significativas (trabajo, relaciones personales, hobbies…)
- Distanciamiento emocional de las demás personas.
- Dificultad para sentir felicidad, amor, satisfacción u otras emociones agradables .
- Hipervigilancia: Estado de alerta constante y búsqueda de posibles amenazas a fin de evitarlas.
- Irritabilidad y ataques de ira.
- Respuesta de sobresalto exagerada.
- Problemas de concentración.
- Alteración del sueño (por ejemplo, dificultad para conciliar o continuar el sueño, o sueño inquieto).
Y, ¿qué debo hacer si sospecho que puedo estar desarrollando un trastorno debido a un trauma? Es normal padecer alguna de estas reacciones tras vivir una situación traumática, sin embargo, si se experimenta más de una de estas reacciones, afecta gravemente a la vida de la personas (o las personas que conviven con ella) y se presentan durante varios días, semanas o meses, es recomendable que se contacte con un profesional de la psicología que valore tu caso y, si es necesario, propondrá seguir un tratamiento psicologico, psiquiátrico y/o farmacológico)